lunes, 11 de abril de 2011

Pandillaccidia.

Casi podríamos sacar de la chistera el orden de las escenas, porque cualquier cambio se puede asumir y lo importante es vivirlo con alegría. Si somos capaces de rebobinar un terremoto, retroceder 20 años con un solo giro de 180º, relinchar y gruñir y correr y saltar... ¿cómo nos va a importar ir al cine antes o después de sacarnos el corazón del pecho con nuestras propias manos?


Y no todo es bailar. A nuestro alrededor empiezan a agruparse personalidades relevantes que impiden que nos dediquemos en exclusiva a sudar y a pensar que un espectáculo se reduce a sus intérpretes. Cada uno nos deja un regalo precioso que consiste en su presencia, su especialidad y su aprobación. Su implicación en un proyecto que les incluye y que se toman como tal. Max, Biel, Óscar, Raquel y Lucía vienen a los ensayos porque les toca o porque quieren, con resaca o sin ella. Emplean la total duración de los días que se suponen de descanso para remangarse y grabar, programar, iluminar, decorar, pintar, cortar, proyectar, observar, etc. Nos gusta la pandilla.


Ya queda menos de un mes, un periodo que ya empieza a agruparse en nuestra garganta. Se nota al tragar. Menos de un mes para llegar con nuestros cables, nuestros trastos y nuestros cuerpos al Rialto. Un mes en el que nos veremos poco. Es lo que tiene el pluriempleo. Un mes más que suficiente para dudar de todo y querer escaparse al monte. Para reafirmarse en todo y querer volver del monte. Un mes para volver a bailar algo aun desconocido. Para presentarnos a nuestra pieza y ver cómo nos cae.

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